miércoles, 6 de julio de 2011

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI

Cuando un General romano regresaba triunfante de una campaña, debía previamente solicitar autorización al Senado para entrar en Roma al frente de sus tropas; permiso que le era concedido, o no, según sus méritos…y sus influencias políticas.
Si el permiso le era denegado, debía licenciar sus Legiones antes de entrar en la península itálica, y solo podía ingresar acompañado de una reducida escolta personal; el desconocimiento de esta disposición, era interpretada como un intento de golpe de estado y de inmediato se comisionaban tropas para enfrentar la amenaza.
Como se verá, la tradicional mutua desconfianza entre Militares y Políticos no es, ni nada nuevo, ni invento nuestro.
Pero si el permiso le era concedido, el General hacía una fastuosa entrada triunfal al frente de su Ejército, vestido con sus mejores galas y haciendo exhibición de los trofeos, tesoros y prisioneros capturados, testimonios todos de su Gloria, y recibiendo orgullosamente los vítores y aclamaciones de la multitud.
En el mismo carro de guerra en que desfilaba el General iba también un esclavo, que sostenía sobre su cabeza una corona de laurel y que, periódicamente, le susurraba al oído “Sic transit gloria mundi”; la gloria del mundo es pasajera.
Sabio consejo. Un recordatorio de que es conveniente siempre conservar la humildad y no deslumbrarse con los siempre fugaces brillos mundanos, frecuente y lamentablemente desoído por la soberbia de quienes, ebrios de triunfalismo, procuran disfrutar al máximo de su momento de gloria personal, olvidando que nada dura para siempre.
Esta circunstancia, que podría decirse que es intrínseca de la condición humana, es particularmente notoria en la vida política de las naciones, en especial las jóvenes como la nuestra. Si hacemos un somero análisis de lo que ha sido nuestra vida política, desde nuestro advenimiento oficial como nación soberana e independiente, tras la jura de nuestra primera Constitución en 1830, observaremos que ha sido una sucesión de alzamientos, revoluciones, guerras civiles, golpes de estado y dictaduras, separadas por períodos más o menos prolongados de lo que podríamos llamar “Normalidad Institucional”. En su libro “Sangre y Barro”, el historiador Leonardo Borges señala que entre 1832 y 1911 se registraron en el país 71 incidentes de variada gravedad, alzamientos, revoluciones, magnicidios, motines, golpes de estado etc. Un promedio grosero nos da, un quiebre institucional por año. Dos Presidentes fueron asesinados, uno gravemente herido, doce debieron lidiar con revoluciones en su contra, nueve fueron destituidos y solo tres terminaron sus respectivos períodos en paz.
En general, siempre ha sucedido lo mismo: los triunfadores procuran disfrutar al máximo de su victoria, tratan de perpetuarla desprestigiando a sus antecesores en el gobierno; se ponen a revolver cajones en busca de irregularidades administrativas o chanchullos, reales o inventados; cualquier cosa viene bien, lo fundamental es mostrarle a la población lo malos que fueron los otros, en comparación a lo buenos que son (o que piensan ser) ellos. Y, en particular, consideran llegado el tiempo de cobrar viejas facturas, de la época en que estaban en el llano y tuvieron que sufrir y aguantar, porque, finalmente, llegó la hora del ansiado desquite.
Los perdidosos, en tanto, aguantan, tratan de capear el temporal y sobrevivir y, en especial, se ponen a redactar la lista de cuentas a cobrar, a la espera de tiempos mejores, porque, al decir de Martín Fierro: “No hay tiempo que no se acabe, ni tiento que no se corte”.
Hubo quien comparó la vida política con la Rueda Gigante del parque de diversiones, en la que los distintos actores políticos ocupan las barquillas  las que, al girar de la rueda, se ubican alternativamente en la posición más alta o la más baja según el caso. Accedemos siempre por la posición más baja, comenzamos a subir hasta alcanzar la cumbre, para inmediatamente comenzar la declinación hasta nuevamente llegar al llano y así sucesivamente, sin solución de continuidad.
Otros han definido esto como el carácter “pendular” de la Historia.
El girar de la rueda es independiente de ideologías, formas de gobierno, o procedimientos para obtener el poder; podrá acelerarse o enlentecerse, pero jamás se detiene permanentemente, apenas lo suficiente como para el recambio de los ocupantes de alguna de las barquillas.
Los ejemplos abundan; el Reich de los mil años de Hitler no alcanzó a durar doce; vimos desplomarse al Imperio Soviético, vimos a sus satélites sacudirse el yugo comunista, en muchos casos violentamente, vimos a los Rumanos fusilar a su ex presidente y Sra. Vimos la caída del muro de Berlín, la reunificación de Alemania y a Hoeckner ir a parar a la cárcel. Yugoslavia, otro “sólido” bastión comunista, reventó como una bomba, no bien la muerte aflojó la garra de hierro del Mariscal Tito, su creador, y, seguramente, veremos reventar a Cuba…cuando reviente.
Si el acceso al poder es por medios violentos, las consecuencias para los perdidosos serán normalmente más duras y trágicas, ya que los ganadores desarrollarán sus acciones sin el freno de la Constitución y la Ley, baste para ello recordar como ejemplo las “purgas” Stalinistas, la “Revolución Cultural” de Mao, o las parodias de “Juicios Revolucionarios”, para de alguna forma justificar los fusilamientos masivos que se dieron en Cuba, luego de la toma del poder por el barbado y sanguinario dictador, bajo la dirección del no menos sanguinario asesino Ernesto “Che” Guevara, única función en la cual demostró cabalmente sus capacidades y valores.
Nadie duda que el nuestro es un país verdaderamente sui géneris.
Como resultado de un incuestionable proceso político y un impecable acto electoral, vemos  pacíficamente acceder al gobierno a un conglomerado político que, en los hechos, genera una situación totalmente asimilable a una revolución.
El mundo quedó patas arriba; delincuentes amnistiados ocupan la presidencia de la Nación e importantes cargos en el gobierno y la administración del Estado. En las elegantes y cómodas poltronas del Palacio Legislativo se sientan individuos que unas décadas atrás  arremetieron contra las instituciones nacionales y nuestro estilo de vida, afirmando que la vía electoral democrática no servía para lograr los objetivos que el país necesitaba y que por lo tanto la lucha armada era el único camino, sacándolo de la idílica paz en que vivía y sumiéndolo en una virtual guerra civil, con su secuela de asesinatos, robos, secuestros, extorsiones, etc.
El gobierno constitucional de la época accionó a las Fuerzas Armadas para enfrentar la amenaza, las que en poco tiempo derrotaron militarmente a las organizaciones subversivas, la mayoría de sus integrantes, los que no lograron fugar a tiempo al extranjero, fueron detenidos, juzgados y condenados por sus delitos y resulta que ahora, amnistía mediante, el haber estado en prisión por esas causas no solo les reportó jugosas indemnizaciones, sino que, al parecer, la amnistía además de perdonar crímenes, también blanqueó conciencias. El haber atentado contra la Sociedad constituye hoy un hito importante  en sus respectivos currículums, que es exhibido con indisimulado orgullo por los protagonistas, tal como si de una condecoración se tratara.
Los vimos ahora jurar sus cargos por la Constitución de la República, la misma que hace unas décadas pretendieron avasallar; vimos moverse sus labios, oímos sus voces pero ¿dónde estaban, en ese momento, sus corazones y sus mentes? Si fuera posible oír conciencias, seguramente se habrían escuchado más de una estrepitosa y burlona risotada.
Los acontecimientos posteriores, a lo largo de lo que va de los dos últimos periodos de gobierno, han estado caracterizados por un recrudecimiento feroz de la campaña de revancha contra las Fuerzas Armadas, en todos los frentes, simple y abyecta revancha disfrazada de justicia o, mejor dicho, revancha usando a una justicia ideológicamente corrupta, como un instrumento afín a sus propósitos.
El daño que se le ha causado a la Nación es inconmensurable; nuestra Justicia, institución que siempre estuvo en lo más alto de la consideración popular, rodeada de una aureola de prístina pureza, garantía de incorruptibilidad y ecuanimidad y orgullo de todos los Orientales, ha sido ferozmente derribada de su pedestal y sumida en las cloacas, poniendo a nuestro país a la altura de los más vergonzosos ejemplos de inseguridad jurídica que en el mundo puedan darse.
Campaña de revancha llevada adelante sin reparar en excesos, con singular entusiasmo digno de mejor causa, por personas que están ilusa e increíblemente convencidas de que nunca deberán rendir cuentas por ellos. Cegados por el odio y la ambición, no se percatan que han parido un mecanismo que en el futuro seguramente se revertirá en su contra. “La máquina mata a su inventor”, dice el refrán y de la misma forma que una vez toda la prensa del país difundió la imagen del Sr. Tte. Gral. Don Gregorio C. Álvarez, entrando esposado a un juzgado penal, inexorablemente llegará el día en que difundan la imagen, en similares circunstancias, de alguna figura de primer nivel del actual partido de gobierno; porqué no la del propio ex presidente Dr. Tabaré Vázquez.
Olvidan que los excesos son, en definitiva, una muy mala inversión para el futuro, porque la premisa fundamental a considerar es que: los abusos que se cometan hoy, serán las cuentas que habrá que pagar mañana.
Campaña de revancha que, colateralmente, viene muy bien como cortina de humo para distraer la atención de la población de la errática y calamitosa gestión del gobierno, el cual, como una extraña combinación de Rey Midas y aparato digestivo, todo lo que toca lo convierte en m….., Salud, Educación, Seguridad Pública, etc. Últimamente, quienes en sus manos sostienen “la piqueta fatal del progreso” aparentemente han posado sus codiciosos ojillos en el Agro, seleccionándolo como próximo candidato a la demolición.
Sintomático resulta el hecho de que, cada vez que el gobierno enfrenta algún tipo de crisis, de cualquier tipo, salta al tapete un nuevo caso de investigación de supuestas violaciones de los derechos humanos cometidas por las Fuerzas Armadas, o de información obtenida de algún borracho oligofrénico, calificado cono fuente “veraz, fidedigna, incuestionable”, quien estaría en condiciones de señalar lugares, dentro de alguna unidad militar, donde, “con absoluta certeza”, habría enterramientos  de detenidos desaparecidos.
A las Fuerzas Armadas les sobra temple como para soportar como hasta ahora, con ejemplar estoicismo y disciplina, todos estos ataques, afrentas y humillaciones a que han sido sometidas, las que evidentemente forman parte de un deliberado plan, que tiene como objetivo supremo su total desmantelamiento moral y material.
Para ello solo se necesita algo que sobra, coraje, paciencia y buena memoria.
Coraje, paciencia y buena memoria, en especial buena memoria, y a esperar con fe el inexorable giro de la Rueda, porque: Sic transit gloria mundi; No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte.

“La buena memoria es una virtud militar. No olvidar las guerras, no olvidar los muertos y no olvidar a los que fueron los culpables, de las guerras y de los muertos.”
Oswald Spengler

Cnel. (R) Omar M. Farías
C. I. 846.419-1



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