martes, 17 de julio de 2012

Esta es la transcripción revisada de una conferencia privada de Rodolfo M. Fattoruso dictada a principios del mes de julio a un grupo de familias que se reunieron para analizar la realidad y las posibilidades de derrotar el poder de la izquierda en el Uruguay.
Se agradece difundir.
LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
¿Qué impide a los partidos tradicionales coaligarse para derrotar a la izquierda, que ha demostrado ser una peste para la República? 
Tengo media docena de posibles respuestas a esta acuciante pregunta; todas espantosas:
 1) Que adherir al partido nacional y votar a un dirigente colorado es algo inconcebible para un blanco.
2) Que adherir al partido colorado y votar a un dirigente nacionalista es algo inconcebible para un colorado.
 3) Que lo importante no es el país sino el partido.
4) Que ser colorado es muy  distinto que ser blanco porque los colorados creen, a diferencia de los blancos, en la plenitud del Estado de derecho, en el imperio de la ley,  en la independencia de los poderes, en la no intromisión de la política en la enseñanza, en la no intromisión de la política en el poder judicial, en el respeto a las tradiciones de la patria y a sus símbolos y   sus efemérides, y consideran que la seguridad es la primera de las libertades porque sin seguridad no hay derecho que efectivamente pueda ser tutelado.
 5) Que ser blanco es muy distinto que ser colorado porque los blancos creen, a diferencia de los colorados, en la plenitud del Estado de derecho, en el imperio de la ley, en la independencia de los poderes, en la no intromisión de la política en el poder judicial, en el respeto a las tradiciones de la patria y sus símbolos y sus efemérides, y consideran que la seguridad es la primera de las libertades porque sin seguridad no hay derecho que efectivamente pueda ser tutelado. 
6) Que la izquierda no es tan mala después de todo y la república puede tolerarla uno, dos, tres o cuatro periodos más – hasta que la marea de la opinión pública cambie – sin resentir sus  bases y su identidad.
 Es desalentador, pero notoriamente en alguna parte de esta lista esta la verdad. Hay dirigentes blancos y dirigentes colorados que creen que ser blanco o ser colorado es como ser platónico o  ser aristotélico, cartesiano, existencialista o estoico. 
Pretenden estos dirigentes que el legítimo y sin duda entrañable  vínculo afectivo con el modesto pasado local  define toda una concepción metafísica del mundo, del hombre, de la sociedad, del Estado y  de los valores absolutamente única, intransferible y en todo punto superior a lo que es el compromiso inmediato y desesperado de esta triste hora por la que atraviesa el país: el compromiso por rescatar del lodo al que fue arrastrado el Estado de derecho, el imperio de la ley, la decencia en los asuntos públicos, el respeto en la comunidad internacional y la dignidad y la higiene de la convivencia.
No puedo dejar de preguntarme y de preguntar: ¿Los dirigentes blancos y colorados creen sinceramente que sus principios son tan distintos entre sí, que sus posturas son tan inconciliables y abismales como si unos fueran musulmanes a ultranza y los otros sonrientes budistas que solo saben meditar bajo los árboles?  ¿No creen, por el contrario, que tienen una profunda identidad en cuanto a lo que es la Nación, el Estado de Derecho,  la defensa de los derechos personales y del bien común, y por lo tanto  deben vivir como urgente el deber de unirse para defender esos  irreductibles bienes?
Los comunistas, los socialistas, los demócrata cristianos, los tupamaros, los maoistas, los anarquistas, los nacionalistas de izquierda sin duda que tienen y tuvieron en la historia del mundo y del país profundas diferencias; unos miran con delectación el stalinismo, otros  sueñan con la Revolución Cultural, otros entienden que la dictadura del proletariado es innecesaria, otros que la autogestión es mejor que el estatismo absoluto.
El Frente Amplio se integró y se sustenta con estas fuerzas que tienen esas  hondas e indisimulables diferencias,  y sin embargo, pese a ellas  terminó conquistando el gobierno y también pese a ellas  terminará quedándose con el país.
Y esto es así  por una  muy sencilla y clara razón que los blancos y colorados no ven o no quieren ver: las muchas diferencias que hay en el Frente Amplio son menores a la hora de compararlas con la gran coincidencia , que no es  otra que la de  destruir  a pasos grandes o pequeños, según cuadre, los principios del Estado liberal de derecho, los principios de la economía de mercado, la defensa de los derechos individuales, de la propiedad, el derecho a la libertad del trabajo, el derecho a no ser adoctrinado en las aulas.
 Marxistas de todos los colores del espectro desde los más extremos a los más tenues, anarquistas y compañeros de ruta de toda condición son prácticos y juegan para ganar;  no piensan en los limites que les imponen esas identidades especificas y esas diferencias que desde siempre los caracterizan en la Historia, que tanto los han enfrentado, sino que  con serena lucidez se concentran en las posibilidades reales que les ofrecen las alianzas estratégicas hechas en serio y hechas a tiempo.
Es por eso que han ganado,  es por eso que siguen ganando. Porque para ellos, que tienen un pensamiento estratégico dominante, que son viles pero no tontos,  derrotar al enemigo es una causa mil veces más importante que diferenciarse del aliado; si tienen que replegar el ego para acabar con la democracia , con el pluralismo, con las libertades personales y con el capitalismo, lo hacen con gusto. No son majaderos, son prácticos, entienden antes y mejor de qué la va la política.
Conduele advertir la actuación lastimosa y estrecha de los dirigentes de los partidos tradicionales, que una y otra vez se han demostrado incapaces de una habilidad semejante. Para ellos derrotar a la izquierda implica un sacrificio que no están dispuestos a realizar. 
No pueden, no saben o no quieren  libertar al país y a su historia de este degradante flagelo que ha llenado nuestras calles de delincuentes, de desocupados, de basura y de miedo; que ha convertido al Estado en una feria vecinal, a los ministerios en una agencia de empleo, a los liceos en comités políticos, a los jueces en vasallos de sórdidos señoríos, a la droga en el infierno recomendado para los jóvenes de toda edad, a las malas palabras, al mal olor, al desaliño general  y a la inmoralidad, en el lenguaje oficial de un gobierno que siente profunda repugnancia por la legalidad, por el aseo, por la gramática y por el buen nombre de las tradiciones nacionales.
Si los dirigentes de los partidos tradicionales se parecieran un poco a la sobredimensionada imagen que tienen de sí  mismos, es decir, si multiplicaran su volumen moral y político varias veces, no estarían balbuceando en los rincones, quejándose míseramente de que el gobierno los engaña, o maravillándose del mérito estéril de haber encontrado contradicciones  y contrastes en los discursos  de los representantes oficiales, y asumirían viril y enteramente la misión patriótica que gran parte del pueblo uruguayo sorprendido ingenuamente en su buena fe les confió.
Los ciudadanos no los votamos a estos dirigentes para que dancen al compás de la música que el gobierno les pone cada día en su agenda.  Los votamos para que se comprometan con el país, para que nos defiendan de tanta maldad, de tanta ignominia, de tanta ordinariez y del extendido mal olor que tiene hoy la cosa pública.
 Es obvio que solos, atomizados y atrincherados en sus egoísmos y dejando pasar oportunidades valiosas para intervenir favorablemente en la vida nacional no pueden cumplir  con esa superior misión.
Por eso  les exijo que se coaliguen, que renuncien a sus pequeños apetitos, a sus sórdidas pretensiones personales y a sus vanidades sin fundamento  y que me devuelvan algo efectivo  y esperanzador a cambio del voto que con tanto entusiasmo me pidieron.
Les exijo que estén a la altura de la historia, pero de ésta historia que es la que los llama a unirse, y no de la otra, de la vieja, que los dividió y los enfrentó sin medida mientras el enemigo crecía y se armaba para destruirlos a ambos.
Les exijo menos poncho, menos sobretodo y más bandera patria.
 Los dirigentes de los partidos tradicionales ya tendrían que estar anunciando la creación de un Frente Democrático Liberalque debería presentarse a las elecciones bajo el lema de cualquiera de los dos partidos; algo parecido a lo que hicieron los marxistas leninistas, marxistas no leninistas, maoístas, anarquistas, socialistas, etc., con tan buen resultado. Ellos sumaron fuerzas, conquistaron el gobierno, y ahora están poniendo las manos sobre el poder, cada vez más cerca de su objetivo revolucionario.
Los liberales, los demócratas no se están dando cuenta que la suma de voluntades da siempre un número mayor que la no suma de voluntades, y lo que se está necesitando dramática y perentoriamente es precisamente un número mayor de voluntades que quiebre la fatídica tendencia en la que estamos atrapados.
 Quien en esta hora no apueste al número mayor trabaja para el enemigo.  Y como tal lo juzgará la historia.

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