Es habitual escuchar o leer la crítica de que el gobierno del presidente
José Mujica carece de rumbo. Eso pudo parecer así hasta no hace mucho
tiempo. Pero ya es absurdo seguir sosteniéndolo. A esta altura, los hechos
demuestran que no sólo el barco no está a la deriva, sino que lleva un
derrotero muy claro. Es tan diáfano el rumbo del gobierno tupamaro que
quien continúe creyendo lo contrario se arriesga a ingresar en la categoría
preferida por el presidente: la de los "nabos".
Si uno escapa a las superficialidades y mira con atención los detalles, el
rumbo está definido en casi todos los campos. Aquellas promesas de Mujica
al comienzo de su gobierno que le abrieron un crédito formidable a todo
nivel (respeto casi reverencial por la economía de mercado y republicanismo
democrático a rajatabla) empezaron a desdibujarse con el transcurso de los
meses hasta convertirse en la caricatura que son hoy. El mercado está
amenazado en todos los frentes mientras el Estado avanza imparable sobre la
libertad de los individuos y el republicanismo se va por el resumidero al
grito marcial de "¡no sea nabo!" y "¡retírese!", mientras la guardia
personal del presidente aparta al que molesta.
La política exterior del gobierno es la prueba más clamorosa de que el
rumbo existe y está perfectamente marcado: alineación incondicional al
kirchnerismo gobernante en Argentina, entrega decidida a las alianzas con
los populismos autoritarios de América del Sur, callada hostilidad hacia
Estados Unidos e Israel, abierto apoyo a "la causa palestina", silencio
cómplice respecto a la dictadura teocrática de Irán y demás satrapías del
Medio Oriente, apuesta al comercio cerrado entre los "amigos progresistas"
y entierro de la idea de un Uruguay " a la chilena", abierto al mundo.
Aquí hay un quiebre radical con lo que fue el primer cuarto de siglo de
democracia, después de la dictadura. Los 20 años de los gobiernos de los
partidos* Colorado* y *Nacional* y los cinco años del primero del Frente
Amplio pudieron exhibir, con sus lógicas diferencias y énfasis, políticas
de Estado en las relaciones internacionales. Ya no. Ahora el presidente y
su canciller van para otro lado. Para un lado que no quiere ni la oposición
ni buena parte del partido de gobierno. Las riendas están en manos de los
tupamaros y de los comunistas, que son minoritarios electoralmente pero muy
activos. Ellos marcan el paso.
La relación con el régimen kirchnerista empieza a avergonzar a muchos
uruguayos. Las genuflexiones del tándem Mujica-Almagro ante la presidenta
Fernández de Kirchner y ante cualquier funcionario argentino que se
atraviese por el camino han transformado al gobierno de Montevideo en una
suerte de "puntero" más del entramado político del kirchnerismo.
Mujica y Almagro hicieron trizas en pocos meses una política de Estado
seria, liderada por Tabaré Vázquez y apoyada por todo el sistema político y
por la inmensa mayoría de los ciudadanos, para hacer respetar la dignidad
del Uruguay ante una pareja presidencial argentina prepotente, patotera y
corrupta.
"No se puede estar mal con los vecinos", esgrimió todo el tiempo Mujica
para justificar ese cambio de 180 grados. Pero, para él, "los vecinos" son
el grupo de personas que circunstancialmente ocupan posiciones de poder
desde el 2003 bajo el sistema kirchnerista. El presidente y su canciller no
consideran "vecinos" con quienes hay que "estar bien" a los miles y miles
de argentinos que huían (y huyen) del régimen despótico de Néstor y
Cristina Kirchner que les roba sus
jubilaciones, que pone perros en puertos
y aeropuertos para que descubran si salen del país con sus dólares, que
avasalla la libertad de expresión, que hostiga a los medios y periodistas
críticos o independientes, que tiene los mismos tics fascistoides del viejo
peronismo y, otra vez, controla la producción y distribución del papel para
imprimir diarios, y que desprecia la independencia de los jueces (y tiene a
muchos de ellos a su servicio).
Mujica y la parte del gobierno que lo sigue en estos menesteres dicen que
los Kirchner serán como serán, pero que con esta nueva política hacia ellos
el Uruguay se ha beneficiado. Sin embargo, sólo pueden mostrar un éxito que
no es tal: el levantamiento del bloqueo de un puente sobre el río Uruguay.
Y no es tal, porque eso Argentina lo tenía que hacer de todas maneras,
después del fallo de la Corte de La Haya.
No hay más nada importante a favor de Uruguay a raíz de esta nueva
política. Nada. Al revés: hay mucho en contra de los intereses de la
sociedad uruguaya que ya se nota en los comentarios de los propios
argentinos y de otros extranjeros. Hasta Vázquez, Uruguay era el "refugio
serio" a donde en cualquier momento podían escapar los argentinos si la
furia kirchnerista se iba de madre. El mundo veía que Uruguay era el país
serio y que Argentina era el país no serio. Así de simple. Y así de
importante. Por supuesto, eso le servía a Uruguay desde todo punto de
vista. Ahora, sin que nada ni nadie obligara al gobierno de Uruguay a
cambiar ese estado de cosas, "vivimos revolcaos en un merengue y en el
mismo lodo, todos manoseados". Progresivamente, Mujica y Almagro están
hipotecando aquella imagen que tanto costó construir: el país de las reglas
claras versus la locura patotera de Guillermo Moreno; el país que honra sus
deudas versus el Congreso aplaudiendo el default y entonando la marcha
peronista; el país tranquilo y tolerante versus el vértigo y el odio entre
las personas; el país orgulloso de su clase política versus la tierra del
"que se vayan todos".
¿Por qué hace esto Mujica? ¿Por qué le quiere poner una marca K a su
gobierno? Los que no son "nabos" ya lo saben y los que aún no abandonan la
categoría, están a tiempo de avivarse: lo hace porque cree fervorosamente
en esto. No hay errores ni
improvisaciones. Él y sobre todo su esposa (la
primera senadora del gobierno) admiran al kirchnerismo, a Evita, al
fenómeno peronista y a los montoneros. Lo han dicho con todas las letras.
La marca K en el gobierno uruguayo significa muchas cosas más. La marca K
supone, sí, una sociedad ideológica con los K. Pero también con los grandes
amigos de los K. La campera militar de las "fuerzas bolivarianas" de
Venezuela que Mujica lució en Caracas no fue una ingenuidad ni una
cobertura de momento porque tenía frío, como ridículamente declaró Almagro.
Fue un bruto mensaje para todo el mundo. "Señores de todo el planeta, miren
que ahora Uruguay es esto. No se equivoquen", quiso expresar el presidente,
aunque lo niegue mil veces. Por eso, la marca K supone luchar a brazo
partido para forzar el ingreso ilegal de la Venezuela de Hugo Chávez al
Mercosur, violando las disposiciones más elementales que rigen a este
bloque regional y despreciando la opinión del Congreso paraguayo. Mujica y
Almagro, hay que recodar, quieren hacer entrar al Mercosur a como dé lugar
al déspota que subyuga a su pueblo, que lidera uno de los regímenes más
corruptos del mundo y, dato no menor, que le abrió la puerta de América
Latina al dictador iraní, Mahmud
Ahmadineyad, que niega el Holocausto judío y quiere borrar del mapa a
Israel.
La marca K implica la obligatoria asistencia del canciller Almagro a la
fiesta organizada por los K en Mar del Plata para festejar que un día se
unieron para escupirle la cara a los Estados Unidos. E implica, también,
hacerse los zonzos y decir que el gobierno K no tuvo nada que ver en la
grave amenaza contra Uruguay que lanzó el presidente de Francia, Nicolás
Sarkozy, a instancias de la presidenta K, que estaba con los poderosos del
G20 hostigando a Uruguay en Cannes, mientras Almagro trabajaba de peón de
la presidenta K en Mar del Plata.
Por supuesto, el patético alumno de Chávez, el ecuatoriano Rafael Correa,
ya pidió también entrar al Mercosur. Y pronto quizá lo hagan Evo Morales,
Daniel Ortega y, por qué no, Fidel y Raúl Castro. Le van a cambiar el
nombre. Le llamarán, quizá, "Mercosur bolivariano".
Todo esto no son "errores" o "equivocaciones" de Mujica y de Almagro. Todo
esto sale de las tripas y es la voluntad explícita tupamaro-comunista.
Por cierto, cientos de miles de frenteamplistas no quieren saber nada con
respecto a estos nuevos rumbos. Empezando por el ex presidente Vázquez. Ni
qué hablar de la mitad del país no frenteamplista.
Pero esto es lo que hay ahora. Los discursos ya no son creíbles porque los
hechos hablan por sí solos. Nadie puede llamarse a engaño: esto va a tener
un precio para Uruguay. Y cuando las facturas lleguen, sus responsables no
podrán decir: "yo, argentino"
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